domingo, 23 de noviembre de 2008

La hija de la noche


Hija de la oscuridad, siempre abrazada a la noche. Nada podía compararse con su delicada figura de cabellos negros infinitos, sus ojos oscuros tenían el reflejo de la soledad. Anhela poder amar, nunca le concedieron sentimientos, algo que cualquier criatura mortal puede sentir, pero ella nunca podría alcanzar. Rozaba la perfección su belleza engendrada de la maldad, pero nadie podía contemplarla. ¿Acaso un ser divino necesita un sentimiento como el amor?
Viajaste por los confines del mundo en los lugares más inhóspitos, donde ningún mortal puede aventurarse. Oculta entre las sombras, la hija de Satán buscaba una solución; su corazón oscuro despreciaba lo que representa, aunque nunca se dio por vencida y luchó por aquello que más deseaba. Ante el fuego eterno hizo un juramento, perder su inmortalidad a cambio de poder amar.
Pasó el tiempo rodeándose de mortales. Su condición perversa era exigente sin ofrecer nada a cambio, hasta que al fin apareció el amor. Meses detrás de aquél joven, para su desgracia nunca fue correspondida y su corazón estaba sometido sin piedad por el amor. Estaba llena de tristeza, convertida en una simple mortal ahogada por la desdicha. Invocó a su padre, pero ya no la ayudaría porque ha dejado de pertenecer a su estirpe y solo le quedaba el desconsuelo. Dos gotas surgieron del interior de sus ojos, ahora sabía que el amor se encadena al dolor.
Viajó de nuevo al fuego eterno, casi muere en el viaje, pero su corazón le otorgaba fuerzas para seguir adelante. Imploró volver a su reino de oscuridad y no le fue concedido su deseo. Llorando regresó surcando bosques y en un claro entre los arboles a escondidas pudo observar a su gran amor besándose con otra mortal. No pudo contener su ira como llamas surgiendo de su interior. Con sus manos mató a la joven y arrancó el corazón de su amado. Acostada abrazando el corazón sangrante su felicidad aumentaba. Pasaron los días, semanas, años y no se movió del lugar con una amplia sonrisa en su rostro. Poco a poco su cuerpo se fue fusionando con la tierra. Ahora sus cabellos largos eran raíces, sus pechos eran rocas del bosque y su suave vientre hojas secas. Del corazón de su amor engendró un rosal de flores negras, la más bella de todas poseía la fragancia de sus cabellos y dos gotas surgieron de su interior para acariciar la tierra seca.

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