
Erase una vez un hada llamada Ivell. Vivía
en un bosque de una lejana tierra, muy cerca de un precioso lago, junto con
otras muchas hadas. Pero Ivell tenía un problema… no conseguía desplegar sus
alas y, por tanto, no podía volar. Aquello provocaba que fuera victima
constante de burlas por parte de algunas hadas, aunque también despertaba en
otras hadas un sentimiento de lástima. Ella veía a las demás hadas extender sus
alas y echar a volar, pero ella no podía levantar el vuelo. Ivell se sentía muy
triste. Ocurrió, una noche de luna llena, que un joven humano se internó en el
bosque y llegó hasta la zona del lago. Ahí, en la orilla, se sentó y se quedó
contemplando la luna que esplendorosa se erguía en el cielo. Las hadas comenzaron
a revolotear juguetonas a su alrededor, pero el joven apenas les hizo caso, y
continuó con la vista fija en la luna.- ¿Qué pasa? ¿Es que acaso no somos lo
suficientemente bonitas para ti? – preguntó enfadada una de ellas.-No más que
ese lucero que ilumina la noche – respondió el joven señalando a la luna. Ivell
no pudo contenerse y echó a reír al escuchar la contestación del muchacho. Las
demás hadas la miraron enfurecidas, y el joven la miró con ternura.-La sonrisa
de esta hada si lo es – dijo el muchacho para sorpresa de todas. Ivell se
ruborizó.- ¡Pero si ella no sabe volar! Ni siquiera ha desplegado las alas. Sin
duda alguna es el hada más fea de la región – y rieron todas burlándose de la
pobre Ivell. El hada entristeció. El joven se acercó al hada. “Vuela para mi”,
le susurró al oído. Ivell sonrío. El silenció se hizo de repente, y el hada se convirtió en el centro de atención
.El hada y el joven se intercambiaron miradas y sonrisas de complicidad, y,
entonces, para sorpresa de todos, desplegó Ivell las alas más bonitas que jamás
el mundo pudo contemplar, y, ante la atenta mirada de todos, alzó el vuelo
hasta el cielo. Ni la belleza de la luna podía ahora compararse con la
hermosura y el resplandor que irradiaba Ivell suspendida en el cielo. Se había convertido
en el astro más brillante durante aquella noche, y podía ser observada desde el
uno al otro confín. La luna casi lloraba de envidia al contemplar la infinita
hermosura del hada que, al menos aquella noche, le había robado el
protagonismo. Por eso, desde aquella noche, Ivell fue apodada “Eclipse de
Luna”.
1 comentario:
muy bonita la historia de Ivell. es cierto que en ocasiones necesitamos a alguién que nos diga que si podemos volar.muy linda.un saludo
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