
Llovía y apenas se distinguía la carretera por la que circulaba aquella noche. Conducía sin rumbo fijo. Las lágrimas caían por su rostro angelical y un único pensamiento invadía su mente. Pequeñas gotas de sudor se deslizaban por su frente. Sentía un gran mal en su interior, estaba ya cansada de su vida y dispuesta a hacerlo a toda costa. Sin mirar atrás. Sin pensar en nada ni nadie.
A lo lejos se divisaba un enorme abismo por el cual terminaba la carretera. Pisó el pedal del acelerador con decisión poniendo rumbo a la causa que le había llevado hasta allí. Pero, de repente, algo le hizo frenar el vehículo de golpe. La silueta de una mujer se alzaba delante de ella. Se bajó del coche temblando y se acercó a aquella persona. Era una chica joven y frágil y su rostro se encontraba totalmente amoratado. Se acercó a ella interesándose por su estado. Y la chica, con las pocas fuerzas que le quedaban, le dijo: “Gracias.”
No entendía nada. ¿Qué le estaba agradeciendo aquella chica?
Entonces ella se explicó. Estaba decidida a hacerlo, estaba convencida de que esta era la única forma de acabar con mi dolor, pero gracias a ti, me di cuenta de que todo sucede con algún fin, por alguna razón.
“El destino me puso en tu camino para que nos diéramos cuenta de esto. Si no hubieras aparecido, ahora mismo no viviríamos ninguna de las dos. Esto era lo que necesitaba para darme cuenta de que aún no es mi momento. Me has concedido una segunda oportunidad, siento que he vuelto a nacer. Gracias.”